jueves, 24 de abril de 2014

Quemarnos antes de jugar

Seguro que alguna vez te quedaste en esa habitación, sola, en un imposible silencio. Aunque no emites sonido alguno, tus gritos retumban en tu respiración; tu cuerpo no sabe como defenderse de mis palabras, de tí, de mí.

No sé de qué forma me recuerdas; jugué demasiado a esconderme, cuando me buscabas en la poca luz que se dejaba ver por el hueco de nuestras dudas. Tuve que convertirme en cualquier sombra que se reflejó casualmente en el suelo y bajarme de la cama para esperar a que se me pasara el vértigo que me desgarraba el estómago cuando me susurrabas al oído.

Quizá, pensemos entonces, si hubiera mantenido la calma, si hubiera sabido la altura que era capaz de soportar, podría haber seguido quitando nuestras ganas -y tu fina ropa-.
Si tú supieras, tal vez entonces, sabríamos querer en la medida justa de lo que nos merecíamos tener.

Me robaste el miedo a las alturas, como quien roba un beso sin querer queriendo.

Solo puedo añorar antes de caerme desde tan alto tus manos recorriendo mis dedos, mi cuello, mi espalda.. como si temieras que de cristal se tratasen. Lo que tú no sabes es que lo único que podía romperse entre esas cuatro paredes era tu boca a mordiscos. Tampoco sabes que por mucha ropa que pudieras tener puesta -sin tener nada-, yo te veía totalmente desnuda.

Maldito sea tu encanto animal; te deslizabas como una serpiente sobre mí, haciéndome estremecer, me devorabas como un felino que lleva una semana sin comer,  me recorrías despacio como una tortuga que se tortura en la espera, pegabas tus labios a los míos como un pez que necesita respirar en su pecera.

Nos quemamos antes de jugar, pero siempre nos gustó el fuego.

Siempre nos entreteníamos alrededor de una hoguera, a hacer candela, a que me hicieras derretirme como una castigada vela; Siempre preguntabas si quería, y me gustaba que me pidieras permiso para no pedírmelo. Todavía pican las costras de las quemaduras. Cenizas en las sábanas perduran.

Y me paralizaba al observar como nos agarrábamos la una a la otra, como si arrastrásemos una condena encantadas de estar pérdidas. Nos matamos esa noche a confusiones y nos atragantamos con las verdades.
Te relamías los dedos como si fueras a arrancártelos con el mismo anhelo que se arrancan los pétalos de una margarita.

Fuiste capaz de crear todas las catástrofes naturales existentes dentro de mí, y aún así, tú sigues siendo mi caos favorito. Ese rompecabezas que siempre se empeña en esconder una de sus piezas debajo del sofá para que no lo termine.

Creo que sabes que desde entonces escribo a oscuras para iluminar mis ideas, por eso me encierro en la noche; con la única banda sonora del eco del crujido de mis huesos , quejándose porque no estás.
Cada vez tenía más claro que esa sensación era el vértigo de tus ojos, no de las alturas.


Y ahora, te escondes en mi sombra, porque te da miedo lo que oculta la tuya.