¿Dónde se consigue la inspiración cuando la buscas? No es tan fácil. No es como ir al supermercado de la esquina de enfrente a comprar sal porque justo recuerdas que no queda para la ensalada. Los condimentos son elección propia; el vinagre, el aceite, la cantidad de tomate, el color de la lechuga, la espesura de la cebolla. La inspiración no se elije, llega. A veces, resulta que viene susurrada por el viento, mezclándose entre remolinos pequeños hasta que se convierte en un torbellino feroz, capaz de arrasar con todo; con tus pensamientos, desgarrando tu piel, besando tu alma, devorándote la propia existencia. Te malgasta por dentro y te da vida por fuera. Musas. Escondidas por el aire, se tropiezan con quien menos esperan.
Una musa.
La has imaginado, ahora mismo. Mantén esa imagen, recuérdala, búscala, píntala, escríbela. Ámala, ámala si quieres, incluso sin querer queriendo; frente a frente, de espaldas, entera, nunca a medias. Hazlo en silencio, gritándoselo, intercalando suspiros entre tristezas y alegrías. Enamórala con tus defectos, enfurécela con tus virtudes. No le digas que nada es para siempre ni que siempre es para nada.
Desde que tenía uso de razón, aún recuerdo la primera vez que el viento se atrevió a entrar por mi ventana, y como me caló los huesos hasta hacerme tiritar poniéndome los pelos de punta; intentaba constantemente darle una imagen a esa entidad invisible que me visitaba para enseñarme a hablar sin usar la voz. Imposible de olvidar tanto como recordarla exactamente, se fue reconstruyendo con todos y cada uno de los pasos que dio mi propio tiempo. Se abrazó a mi pasado, se quedó atrapada en mi presente y ni si quiera me deja pensar en el futuro.
Quizás se acabó, se cerraron las ventanas, se bajaron las persianas y no, no hay más viento aquí. Esa figura se desvaneció igual de rápido que ese sombrero que escapa de la cabeza de cualquier transeúnte marcado por las normas del aire; una brisa risueña y traviesa que se divierte haciendo perder el control, pequeña arlequina de entre todos los elementos. Te concentras para imaginarla de nuevo, chocando por las paredes de tu imaginación, dando pisadas que van coordinadas con los latidos de un corazón que no conoce el frenesí de una mirada. Ahí está. La ves corriendo con su larga melena; empiezas a correr detrás de ella como si solo te quedara un minuto de vida, y aún así lo único que deseas es gastarlo en intentar alcanzarla. Tropiezas, y observas como se gira para mirarte durante una imperceptible milésima de segundo; y ahí la ves, con esos puntitos en la cara simulando lejanas estrellas que parecen sacados del cielo, como si de una constelación se tratase.
Porque una musa debe deslumbrar como las estrellas, con un brillo tan grande que acabe cegándote, agudizando solo tu forma de querer, mordiéndote el corazón hasta que borres de tu memoria la palabra "incapaz" por "capaz".
Quizás se acabó, se cerraron las ventanas, se bajaron las persianas y no, no hay más viento aquí. Esa figura se desvaneció igual de rápido que ese sombrero que escapa de la cabeza de cualquier transeúnte marcado por las normas del aire; una brisa risueña y traviesa que se divierte haciendo perder el control, pequeña arlequina de entre todos los elementos. Te concentras para imaginarla de nuevo, chocando por las paredes de tu imaginación, dando pisadas que van coordinadas con los latidos de un corazón que no conoce el frenesí de una mirada. Ahí está. La ves corriendo con su larga melena; empiezas a correr detrás de ella como si solo te quedara un minuto de vida, y aún así lo único que deseas es gastarlo en intentar alcanzarla. Tropiezas, y observas como se gira para mirarte durante una imperceptible milésima de segundo; y ahí la ves, con esos puntitos en la cara simulando lejanas estrellas que parecen sacados del cielo, como si de una constelación se tratase.
Porque una musa debe deslumbrar como las estrellas, con un brillo tan grande que acabe cegándote, agudizando solo tu forma de querer, mordiéndote el corazón hasta que borres de tu memoria la palabra "incapaz" por "capaz".
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