Hola. Bienvenida. Te estaba esperando.
Qué mal suena un saludo cuando solo rebota en mi cabeza queriendo escapar de las paredes de un corazón ajeno al mío. Me da miedo estar aquí de nuevo, escribir es mi peor augurio personal. No vengo a decirte nada malo, nada bueno, nada que esperes, ni nada que te sorprenda. Estoy temblando, cada letra que uno se desquicia a su manera.
Debe ser el infierno más frío que he pasado en estos años y los nudos más gruesos que se han acomodado en mi garganta como si esperara que algún día fueras a quitarlos. Me gustaría apretarlos más y salir a bailar con tu clávicula, pero no te prometo pisarte sin querer algún sueño.
Tengo la lengua dolorida de silencio, pero aún así me atreveré a contarte que cada día me va a doler más. Me has dejado interrogantes por cada suelo que piso, cada puerta en la que me apoyo hasta caer marchitada, cada imagen que resbala por mis ojos y cada pensamiento que recreo en la pared como si en casa tuvieramos ese proyector en el que dijimos que veríamos nuestras películas favoritas.
Llevo a mis espaldas todas tus dudas, todas tus mentiras y toda una vida por delante en la que tú te has querido quedar detrás.
Cobarde.
Y mañana, ¿Te atreverás a venir?
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